Fátima la hilandera
...Una vez a la semana, por lo menos... Historias y otras cosas que me emocionan
Esta historia sufí me ha acompañado desde hace muchos años y siempre vuelve a mí en el momento adecuado, como un soplo de esperanza que me deja tranquila, confiando en la vida. Quiero compartirla...
Foto: Meisi
En una ciudad del más lejano Oriente vivía una joven llamada
Fátima, la hija preferida de un próspero hilandero. Un día, su padre le dijo:-Hija, has aprendido el oficio y te has convertido en mi
ayudante. Quiero que vengas conmigo a una travesía, pues tengo negocios que
hacer en las islas del Mediterráneo. Tal vez encuentres un joven atractivo, de
buena posición, al cual podrás tomar por esposo.
Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla, el padre
haciendo sus negocios y Fátima soñando con el esposo que pronto podría ser
suyo. Pero un día, cuando estaban camino de Creta, se levantó una tormenta y el
barco naufragó. Fátima, semiconsciente, fue arrojada a una playa cercana a la
ciudad de Alejandría. Su padre había muerto, dejándola completamente
desamparada.
A partir de entonces, su vida pasada le pareció un tenue
recuerdo lejano. Estaba completamente exhausta por la experiencia del naufragio,
por tantas horas expuesta a las inclemencias del mar… Mientras vagaba por la
arena, una familia de tejedores la encontró y, aunque eran muy pobres, la
llevaron a su humilde casa y le enseñaron el oficio. De esta sencilla manera,
Fátima inició una segunda vida y, al cabo de uno o dos años, habiéndose
reconciliado con su suerte, recobró su felicidad.
Pero una mañana, estando en la playa, una banda de
mercaderes de esclavos desembarcó y se la llevó junto con otros cautivos. Pese
a lamentarse amargamente de su suerte, la muchacha no encontró ninguna
compasión por parte de ellos, quienes la llevaron a Estambul y la vendieron
como esclava. Por segunda vez, el mundo se había derrumbado.
Uno de aquellos días, sin embargo, apareció en el mercado un
hombre que buscaba esclavos para trabajar en su aserradero, donde fabricaba
mástiles para barcos. Cuando el mercader vio el abatimiento de la infortunada
Fátima, decidió comprarla, pensando que podría ofrecerle una vida un poco mejor
que la que habría de recibir de cualquier otro comprador.Llevó a Fátima a su hogar con la intención de hacer de ella
una sirvienta para su esposa, pero, al llegar a su casa, se enteró de que había
perdido todo su dinero, pues su cargamento más importante había sido capturado
y robado por unos piratas.
Comprendió que ya no podría afrontar los gastos que
le ocasionaba tener tantos trabajadores, de modo que él, Fátima y su mujer
quedaron solos para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles.Fátima, agradecida a su empleado por haberla rescatado,
trabajó tan duramente y tan bien que tiempo después él le dio la libertad.
Gracias a su esmero, ella llegó a ser su ayudante de confianza. Fue así como
logró ser relativamente feliz en su tercer oficio.
Un buen día el mercader le dijo:-Fátima, necesito que vayas a Java con un cargamento de
mástiles. Asegúrate de venderlos con provecho.La muchacha se pues en camino, pero al pasar frente a las
costas de China, un tifón hizo naufragar la embarcación y, una vez más, salvó
milagrosamente su vida mientras era arrojada a las playas de un país
desconocido. Otra vez lloró amargamente, pues sentía que en su vida nada
sucedía de acuerdo a sus expectativas. Siempre que las cosas parecían andar
bien, algo espantoso ocurría malogrando todas sus esperanzas.-¿Por qué será –exclamó Fátima por tercera vez- que siempre
que intento hacer algo se malogra? ¿Por qué tienen que ocurrirme tantas
desgracias?Pero no hubo respuesta, de manera que se levantó de la arena
y caminó tierra adentro.
En China nadie había oído hablar jamás de Fátima, ni existía
persona que supiera acerca de sus problemas. Sin embargo, en uno de aquellos
reinos existía la leyenda de que un día llegaría allí cierta hermosa mujer
extranjera, capaz de enseñar a construir enormes tiendas para sus ejércitos, un
arte por entonces muy codiciado.
A fin de estar seguros de que la esperada extranjera no
pasara inadvertida si un día pisaba aquel suelo, el rey solía mandar heraldos a
todas las ciudades y aldeas, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada a
la Corte. Fue precisamente en una de esas ocasiones cuando Fátima, agotada,
llegó a una ciudad costera de China. La gente del lugar habló con ella por
medio de un intérprete, explicándole que tendría que presentarse ante el rey.-Señora –dijo el rey cuando Fátima fue llevada al castillo-,
¿sabéis fabricar una tienda capaz de resistir los embates de las campañas de
mis ejércitos?-Creo que sí –respondió Fátima.Muy pronto, habiendo comprobado la mala calidad de las sogas
que poseían, recurrió a los conocimientos de sus tiempos de hilandera, recogió
lino y fabricó las cuerdas. Luego pidió una tela fuerte, y también la juzgó
inadecuada para el uso. Entonces, utilizando su experiencia con los tejedores
de Alejandría, fabricó una tela resistente para hacer tiendas. Más tarde, como
había sido enseñada por el fabricante de mástiles, de Estambul, hábilmente
confeccionó unos sólidos parantes. Al quedar estos listos, se devanó los sesos
recordando todas las tiendas que había visto en sus viajes, y he aquí que la tienda
fue construida.
Cuando esta maravilla fue mostrada al rey, él le ofreció dar
cabal cumplimiento a cualquier deseo que ella expresara. Fátima eligió entonces
establecerse en China, donde se casó con un atractivo príncipe y rodeada por
sus hijos vivió hasta el final de sus días.Fue a través de estas aventuras como Fátima comprendió que
aquello que le había parecido, en su momento, una experiencia desagradable,
resultó ser parte esencial en la elaboración de su felicidad final.
Mi querida Fátima, tal vez todo hubiera tenido sentido igualmente sin que el príncipe fuera azul, los hay de todos los colores. Tú ya me entiendes...
ResponderEliminarClaro que te entiendo, tienes razón... Todos los colores, esperando ser vistos, reconocidos, amados. Tú también me entiendes...
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